jueves, 13 de marzo de 2008

Doblemente empecinado

A tres años de la publicación de esta nota acerca de la Universidad Trashumante recuperamos esta experiencia de construcción de una revolución desde la educación popular.

La universidad trashumante está dentro del grupo de movimientos que luchan por crear un nuevo paradigma social, cultural, y político. Lo hacen desde la educación, promoviendo la autonomía, el pensamiento critico, el trabajo interdisciplinario y la organización social.

Comprometidos muy fuertemente con la situación social actual, construyen las condiciones para lograr un cambio de sistema. El proyecto consiste en que el cambio no sea un sueño distante que desmovilice a las personas, sino una práctica cotidiana.

Desde San Luis a pesar de los Saá

El proyecto nació en plena década de los 90, en la Cátedra de Sociología de la Educación de la Universidad Nacional de San Luis y del grupo Sendas para la Educación Popular con sede en la misma provincia. Pablo, uno de sus integrantes, nos cuenta que “los estudiantes sentían que el espacio universitario estaba cerrado, que no había espacio para trabajar en lo que necesitaban dentro de la universidad”.

Con un proyecto de extensión consiguieron que les donaran un colectivo Dodge modelo 70, (un verdadero armatoste) al cual bautizaron Quirquincho, que en quechua significa doblemente empecinado. El Quirqui, como lo llaman, con toda su simbología, su rostro pintarrajeado con los nombres de los pueblos visitados, su carcasa memoriosa conocedora de todos los olores que habitan las geografías de nuestro país, ya recorrió más de treinta mil Kilómetros. viajando desde Ushuaia hasta la Quiaca.

Con el tiempo el proyecto se fue agrandando, comenzaron los viajes, se formaron grupos de educadores populares, se sumaron artistas, estudiantes, campesinos, tejedoras, poetas, bailarines, músicos. A partir de allí se comenzaron a dictar talleres de educación popular y se realizaron encuentros y circos criollos en diversos puntos del país.

Ideológicamente proponen y van en busca de una revolución epocal, que la construyen desde una militancia apartidaria y la educación popular como práctica cotidiana. Axel, de la UT reflexiona acerca de la revolución de esta manera: “Revolución que necesariamente debe ser epocal, es decir, sin nostalgias de lo ocurrido en tiempos anteriores y también sin anticipos dogmáticos que determinen sin reflexión los rumbos a seguir. Revolución que empieza dentro nuestro y tendría que constituirse como esperanza en el imaginario colectivo. Por todo esto es que también, hemos decidido desde hace algunos años, no trabajar en lo político partidario, ni dentro ni fuera de la Universidad. No porque consideremos que no sea importante, tiene que ver con cuestiones vocacionales, de estilos, de capacidades y también de formas teóricas, metodológicas y vivenciales de como construir diferente en la sociedad actual”.

Trashumante, repensarse, caminar, trasque?, trashumancia, moverse…

Cuando uno va entendiendo cómo es la vida trashumante se va a encontrar con palabras como socialización, optimismo, fortaleza, compromiso, y va a ir comprendiendo que es algo que se realiza todo el tiempo, interior y exteriormente, que no queda dentro de las cuatro paredes de un aula o dentro de un libro, que sale y se relaciona con lo cotidiano, que se pone al servicio de las necesidades de los otros y de uno por consecuencia.

Trashumancia: “La trashumancia no es sólo una actitud frente a la vida. Es por cierto caminar, estar vivos, creer y creernos, escuchar, saber mirar al otro desde el otro, no quedarse en el pasado, amar con esperanza y pasión el futuro. El trashumante debe saber enfrentar la soledad y animarse desde allí, siempre, a construir lo colectivo.”

Su actitud está ligada íntimamente a la vida. No es nostálgica, ni los convierte en bohemios, tampoco en románticos soñadores. Su meta es ayudar a cambiar el mundo, meta no lejana, porque es cotidiana, lo hacen en el día a día, pensando y haciendo, estudiando y en las prácticas cotidianas, profundamente responsables pero a su vez muy alegres, convencidos de que hay que ser abiertos, que esto implica vastas luchas interiores, muchas de ellas dolorosas, pero que los ayudan a crecer, a sentir que no están solos y por eso entre los compañeros se contienen, confían, se abrazan”.

Trashumar, en síntesis, es caminar por dentro y por fuera, es "otear" el mundo en el cual hoy vivimos, buscar un camino diferente que, sin dejar de lado las ideas y valores más trascendentes, permita construir desde otros lugares.

Resignificación educativa

En la Transhumante adaptan la educación a las necesidades de cada región y de cada persona en un sentido más psicológico, rechazan por completo la formación de profesionales a medida preparados para un puesto de 8 horas diarias dentro de una multinacional.

Por estos lados entienden a la educación como una herramienta al servicio de las mayorías e intentan “hacerlo con la máxima seriedad y alegría posibles. Esto implica estudiar, preocuparnos por construir y reconstruir los marcos teóricos, con la intención de que sirvan para poder profundizar las prácticas que realizamos. Dentro de uno de sus manifiestos proclaman “No somos ni pertenecemos a grupos iluminados que tienen todo claro y cada vez juntan menos gente. Lo hacemos desde la alegría y desde la esperanza real de que caminamos hacia un futuro diferente. No sólo utilizamos la racionalidad, sino también toda la riqueza que nos dan las expresiones artísticas, como formas de presentar nuestro mensaje”, dice Axel.

El pensamiento trashumante también propone una formación interdisciplinaria entre lo artístico y la formación educativa, donde se mezclan el teatro, la murga, el circo, la danza, el canto, etc. “Lo artístico refleja lo popular, interpreta a las personas, expresa lo que le pasa a la gente en general. Nos permite una aproximación a la vida desde una visión diferente y de la cual tenemos también mucho que aprender. A nosotros mismos nos pone en contacto con las alegrías y dolores más profundos”, dice también Axel.

Promueven la idea dialéctica de que "nadie educa a nadie, nadie es educado por nadie, sino que todos nos educamos juntos", idea que nos remite inmediatamente a Paulo Freire, uno de los teóricos de más influencia en el proyecto. (Y Sarmiento y sus profesores foráneos?)

Este sistema educativo permite que la persona que no sabe escribir pueda ser participe de esta formación y que no se vea reducida a repetir estructuras dadas por los educadores. El sujeto propone una serie de palabras “generadoras” pertenecientes a su cotidianeidad, a su propia cultura, estas palabras serán deconstruidas en unidades más pequeñas para luego combinarse nuevamente y formar otras palabras que puedan trasmitir su experiencia de vida. La idea es no caer en la repetición del mi mamá me mima o papá fuma pipa.

Con el avance de la alfabetización, el sujeto podrá transmitir y comprender más críticamente su contexto, porque se habrá relacionado con él. Tendrá una actitud activa por esta relación dialéctica sujeto-medio en la cual ambos se modifican.

Freire: Pedagogo brasileño, nacido el 19 de septiembre de 1921 en Recife. A lo largo de su vida se dedica a alfabetizar a las personas adultas, inventando su propio método de alfabetización. Acusado de subversivo internacional, traidor de Cristo y del pueblo brasileño, es encarcelado y exiliado a Chile después del golpe de estado de 1964, donde encuentra el marco ideal para seguir desarrollando su teoría y su praxis. Fue nombrado experto de la UNESCO y posteriormente pasa a ser profesor de la universidad de Harvard. Fue asesor de varios países de África recién liberados de la colonización europea. En 1980 regresa a Brasil donde pone su mayor empeño en la lucha por una escuela pública y de calidad para todos. Entre 1989 y 1992 asume la Secretaría de Educación de la Prefectura de San Pablo. A partir de 1992 da clases en la universidad de la cuidad y cursos y conferencias por todo el mundo. Muere en 1997. Entre sus obras se destacan “La educación como práctica de libertad” y la “Pedagogía del oprimido”.

Política pedagógica

Todo el pensamiento trashumante dentro de la educación popular tiene una base, un argumento político-ideológico, que va desde el compromiso social, tratando de romper con el aislamiento imperante, en busca de la liberación, ya sea desde el arte, la política, la educación o cualquier actividad dentro de la sociedad teniendo siempre un pensamiento crítico, autónomo y en busca del cambio social.

Para Pablo, “nuestra propuesta teórica es aportar a la transformación de nuestra sociedad desde la reflexión política pedagógica, como educadores populares nuestra tarea primaria y esencial es aportar herramientas de formación en la lectura de la realidad, mirar desde los otros, comprometernos “in situ” con los actores sociales, generar espacios de reflexión en el que la mayoría de las voces puedan decir y decirse, fortalecer la organización popular de base. La proyección de acciones tiene que ser necesariamente diferente. Y su búsqueda también. Si trabajamos por un “nosotros” diferente, necesariamente debemos partir de reconocer las diferentes formas de organización social, política y cultural y respetar los saberes cotidianos, de la vida, de los oficios diversos. Es así que creemos que una de las tareas fundamentales de la Educación Popular es aportar herramientas de construcción de un poder alterativo (de este orden establecido) y alternativo. Por eso apostamos a la construcción de espacios superadores de los partidos políticos, de los sindicatos y de las políticas de este Estado cooptado. Esto significa trabajar desde la formación de los sujetos en la construcción de una revolución”.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Entrevista a Horacio Tarcus

A más de tres años de la entrevista de la Agencia Sociales a Horacio Tarcus, recuperamos las reflexiones del director de CeDInCI acerca del gobierno de Kirchner, los movimientos sociales
y la herencia del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Un aporte para pensar acerca de los problemas de la izquierda en tiempos de rosca.


¿Cómo analizarías la afirmación de algunos sectores que pretenden colocar a Kirchner como un heredero del 19 y 20 de diciembre de 2001?

—Es que, nos guste o nos guste, el gobierno de Kirchner es un producto de diciembre del 2001. Sin “19 y 20” el fenómeno kirchenerista no habría existido. Quizás no es el mejor de los resultados posibles para quien esperaba la Revolución, pero tampoco es el peor resultado. Pareciera que el proyecto hegemónico que viene liderando el presidente Néstor Kirchner comienza a cerrar la brecha de la profunda crisis de representación que estalló en diciembre de 2001. Allí coincidieron, se condensaron y potenciaron, en verdad, varias crisis: una crisis económica (el agotamiento de un modelo que Cavallo y de la Rúa, con el apoyo de Menem, se habían obstinado en prolongar temiblemente); una crisis social (resultado de un modelo de exclusión que también llegó al límite de lo tolerable para la sociedad), una crisis política y una crisis estatal. Recordemos que a fines de 2001 y principios de 2002 el Estado argentino se encontraba impotente para cumplir con las funciones básicas que le son inherentes: la emisión de una moneda nacional aceptada por los agentes económicos, el cobro de impuestos, la garantía de los depósitos bancarios y, en el límite, el monopolio de la violencia legítima. Recordemos también que el catalizador de la protesta que va del 19 al 20 de diciembre no fue económico (la desocupación o la pobreza, que ya eran estructurales), sino moral: el desafío social al estado de sitio.

Volvamos al tema de la crisis política de representación. Estalló en diciembre de 2001, pero para los que quisieron verla era perceptible de modo incipiente y luego de modo cada vez más manifiesto en los últimos cinco años de la década menemista y en los dos años de gobierno de la Alianza. Por ejemplo, los comicios del 14 de octubre del 2001, con sus altísimos índices de ausentismo, voto en blanco y voto impugnado, habían representado un anuncio claro. Son aquellos mismos, los que “han creído” pero ahora, defraudados, “ya no creen en la política”, sumados a los jóvenes que han crecido en un mundo donde la política está devaluada, quienes salieron a la calle en las jornadas del “verano caliente” de 2001/2002. Hasta pocos años atrás, el voto en blanco, el impugnado o el ausentismo eran casi una expresión individual e impotente de descontento político. Sumados, a la hora del escrutinio podían adquirir una significación colectiva, política. Sin embargo, la “clase política” y los medios masivos tendieron durante años a negligirlos. Pero el 14 de octubre del 2001 su impacto fue inocultable. Desde entonces, en dos meses, el llamado —por aquellos mismos medios— “voto bronca”, ha dejado de ser pasivo y se ha tornado activo, ha trascendido del cuarto oscuro a las calles.

A lo largo de estos años creció, especialmente entre la juventud que llegaba entonces a la vida cívica (aunque también entre hombres y mujeres que votaron a Menem y a de la Rúa y se sintieron decepcionados), un fuerte sentimiento de desconfianza hacia la política y los políticos. Es el producto de un proceso complejo, resultado en parte, de una estrategia de la derecha neoliberal para vaciar la política; pero también fue una reacción legítima ante un vaciamiento creciente de la vida política de los partidos, la vida parlamentaria y de todo el Estado, ante la creciente ajenidad e impotencia entre el ciudadano común y la toma de decisiones políticas. Es así que la consigna “Que se vayan todos” (QSVT), la que sin duda mejor expresa y sintetiza el movimiento nacido en diciembre de 2001, si bien es inventada entonces, tiene raíces en esos movimientos moleculares, libertarios, de crítica de la política, de rechazo del acto eleccionario, de vuelta del votoblanquismo, etc.

Pero volvamos al presente: si bien los movimientos nacidos en diciembre crecieron y se multiplicaron a lo largo de 2002 y parte de 2003, y si bien la izquierda tradicional creció nutriéndose de estos movimientos, no fue la izquierda tradicional ni los movimientos sociales quienes capitalizaron políticamente el QSVT, sino Kirchner. Pues aunque el slogan implica una confrontación y una ruptura, y tiene un claro signo libertario, QSVT, en sí misma, como consigna, quiere decir mucho y no quiere decir nada : ¿quiénes son “todos”?, ¿adónde se deben ir ?, ¿quiénes constituyen el “nosotros” de los que se quedan?, ¿quién hará y cómo se hará lo que hacían los que se fueron… ? Bien, cada fuerza política luchó a lo largo de estos años por significar este significante : “todos” podían ser los políticos, o los corruptos, o los capitalistas, o bien los políticos corruptos, o los viejos políticos (en contraposición a las “caras nuevas”), o los capitalistas corruptos (en contraposición al capitalismo sano, o nacional…) ; podían ser los militares, pero también los militares comprometidos con la represión ; podía ser la derecha, pero también podía ser la izquierda autoritaria y partidocrática…. ; nosotros, los que nos quedamos, podíamos ser el pueblo, la sociedad, los trabajadores, los desocupados, los vecinos, los ciudadanos, los honestos, los peronistas, los izquierdistas…

El presidente Kirchner comprendió mejor que nadie que sólo podía gobernar en el sentido profundo del término —en el sentido de construir poder, de construir hegemonía— si asumía el desafío y la radicalidad de esta consigna. Estas cuatro palabras encerraban toda la clave de la crisis de hegemonía, de la crisis de representación que había estallado en diciembre del 2001. Muchos, sobre todo la derecha, no comprenden la premura del presidente, y le achacan precipitación, autoritarismo… Pero Kirchner comprendió bien que los tiempos urgían y emprendió una renovación drástica en los aparatos del Estado y, hasta donde pudo, en su propio partido. De todos los sentidos posibles, el QSVT que impulsó rápida y enérgicamente Kirchner apunta sobre todo a un saneamiento institucional dirigido contra jueces, gobernadores, senadores, militares y políticos vinculados a la corrupción y la represión ilegal. Es un ajuste de cuentas no sólo con el pasado menemista, sino también con el pasado de la dictadura militar: una puesta en cuestión de todos los sobrevivientes de ese pasado en el aparato del Estado y en la vida política, incluso en su propio partido.

Sin duda, de todos los sentidos posibles del QSVT, el sentido triunfante, el de Kirchner, es moderado si lo comparamos con el sentido más libertario, radical, antipolítico y antiestatal de ciertos grupos autonomistas, pero no puede negarse que está promoviendo un saneamiento del Estado, que ha logrado instalar un consenso y una confianza, incluso una esperanza, aún entre los sectores más desconfiados de la ciudadanía. En este sentido, el ciclo abierto en diciembre de 2001 se termina cerrando en torno a la incipiente hegemonía que Kirchner viene construyendo.

¿Cómo caracterizarías al gobierno de Kirchner, teniendo en cuenta los cambios implementados en cuanto a sus políticas con los movimientos sociales, la criminalización de la protesta, y los reclamos de las organizaciones de desocupados? ¿Cuál es la posición del gobierno ante los reclamos de las organizaciones sociales: clientelar, populista, confrontativo, dialoguista, etc.?

—Y, es un poco de todo esto al mismo tiempo. Pero me parece interesante tratar de distinguir de todo este conjunto las etapas sucesivas, los tiempos políticos y las distintas estrategias en juego entre los diversos actores sociales antes de apelar a una etiqueta general. Porque si bien el gobierno, a diferencia del primer año de gestión, viene permitiendo (o auspiciando) que sectores del aparato judicial avancen en la criminalización de la protesta, hay que partir del reconocimiento de que su relación con los movimiento de protesta es sobre todo política. Y si hay algo que merece ser llamado “kirchnerismo”, a diferencia de las políticas que hacia estos movimientos se dieron en el menemismo o en el duhaldismo, es esta disposición a pulsear políticamente con ellos. Mientras la derecha reclamaba “mano dura” frente a la protesta social —desde La Nación hasta la derecha del PJ—, la estrategia que Kirchner defendió con persistencia fue la de alternar diálogo, clientelismo y cooptación, por una parte, y desgaste político de los sectores más duros, por otra. Estos sectores, en la medida en que no lograron innovar sus métodos de protesta y movilización, en la medida en que no entendieron que no era lo mismo confrontar con Menem, De la Rúa o Duhalde que confrontar con un Kirchner —que les “dejaba hacer”, invitándolos a la arena política—, agudizaron el quiebre de una alianza posible con los sectores medios. Perdieron peso social y político, su protesta dejó de aparecer ante la sociedad como un reclamo general, que en definitiva involucraba a trabajadores y desocupados, a obreros y sectores medios, a jóvenes y jubilados, para aparecer ahora como una demanda sectorial, “violenta” e hiperpolitizada. Yo creo que es aquí, a partir de este momento, donde aparece la represión y la criminalización de la protesta, que cae sobre los sectores que se de debilitaron políticamente y se aislaron socialmente.

Más que denunciar una vez más la criminalización de la protesta y firmar la enésima solicitada por la libertad de los presos, me interesa tratar de pensar políticamente por qué el peronismo, una vez más, gana y la izquierda, una vez más, pierde.

¿Qué rol ocupan los movimientos sociales (de desocupados, campesinos, de derechos humanos, etc.) en la democracia argentina? ¿Y cuál es el rol de la izquierda en la actualidad, qué desafios afronta?

—Creo que los movimientos sociales están llamados a jugar un rol cada vez más importante, imprescindible te diría. La sociedad civil argentina, como en otros lugares del mundo, ha comprobado hasta el hartazgo que no puede dedicarse tranquilamente a sus asuntos privados y dejar que el Estado le garantice trabajo, democracia, cultura, educación, protección... Sabe que tiene que autoorganizarse y salir a pelear otra vez por estos derechos, en parte reclamándolos al Estado, pero a veces también generándolos por sí sola, más allá del Estado. En la Argentina actual, la proliferción de grupos independientes, autogestionarios, cooperativos, que producen bienes o servicios por fuera del Estado y el sistema de partidos, e intervienen en la vida cultural y social del país, es impresionante. Esto, en parte, es otra herencia del 2001. ¡Todavía está viva, activa!

Ahora bien, si los movimientos sociales que tenemos, con todas sus marchas y contramarchas, con sus crisis, con sus incertidumbres, son en definitiva el futuro, nuestra izquierda actual es el pasado. Yo creo que la izquierda debería repensar y ensayar una relación más productiva y menos instrumental con los movimientos sociales, que contribuya generosamente a su construcción, a la ampliación de su horizonte político y cultural, al diálogo y a la articulación entre un movimiento y otro, a darle proyección latinoamericana e internacional, en lugar de buscar controlarlos o construirlos vertical y dogmáticamente, a su imagen y semejanza. Los movimientos sociales, cuando no están burocratizados (como el movimiento sindical argentino), son mucho más abiertos, horizontales, dinámicos, espontáneos y creativos que las estructuras políticas de la izquierda. En lo personal, antes que leer un periódico de la izquierda, me interesa mucho más escuchar la experiencia de un grupo barrial que organizó un comedor infantil, o la de un grupo de jóvenes que hacen arte callejero, o el relato de los conflictos que viven los trabajadores de una fábrica recuperada para articular el igualitarismo deseado con el despotismo que impone la división del trabajo, el aumento de productividad, etc. Para relacionar, articular y potenciar, unos con otros, todos estos grupos y movimientos, en principio tan disímiles entre sí, hace falta política. Pero para esa articulación política, hace falta otra izquierda. Es que una izquierda a la altura de estos tiempos no debería indicar el curso que deben seguir las asambleas barriales, los grupos piqueteros o los organismos de derechos humanos, sino aprender modestamente de ellos.

25 de Noviembre de 2004